Sólo el hambre

Otro viejo chiste, este de Chumi Chumez, para una portada de “Hermano Lobo”

Es tan solo un viejo chiste…

Érase un pobre que, sintiéndose mal y aprovechándose de la gratuidad de la sanidad pública, acude a urgencias. Este es el diálogo:

—Médico: Tómese una de estas pastillas después de las comidas

—Paciente: ¿Y quién me dará las comidas?

Hace unos meses, en una entrevista [1], me preguntaban por lo que une las tres palabras que están en el nombre del blog: agua, energía y decrecimiento. Mi respuesta expresaba que era el decrecimiento lo que daba unidad al conjunto, conjunto al que incorporaba también a la tierra.

Desde entonces, y pese a pensar que la respuesta, al menos racionalmente, es correcta, siento un run-run desasosegante. Me parece una respuesta muerta. Quizá, emocionalmente debiera haber dicho que lo que une todo es más simple, es la sencilla exigencia de una vida digna para todos, que, en su extremo, habla directamente del hambre.

Habla de ese hambre crónica y evitable, porque, como decía una entrada anterior [2]: “Todos hemos pasado hambre; hambre de llegar la hora del almuerzo, de no haber desayunado o de estar a dieta. Pero no es eso el hambre. Hay otro hambre, el de las barrigas hinchadas y de los niños desnutridos, de los adultos inanes…

Esa hambre a la que se enfrenta Martín Caparrós en un libro que se llama precisamente así: “El hambre[3] y que todas las personas
debiéramos empezar a leer, aunque no creo que se pueda decir que con placer. Cómo provocación, ahí van algunos párrafos no correlativos:

Hussena está en el hospital de Madaoua [4] porque sus mellizas se enfermaron; ardían, vomitaban, ni siquiera lloraban. El marabú les dio unas hierbas pero nada; cuando llegaron al hospital respiraban despacio y estaban muy flaquitas. Una de las mellizas se murió ayer a la mañana; ahora Hussena reza para que la otra sobreviva. Hussena tiene a su melliza —su única melliza— en brazos. La nena no llora; parpadea, aprieta los labios, amaga gestos que no llega a hacer. Los nenes desnutridos tienen cara de viejito triste: como si la muerte quisiera asentar sus derechos imponiéndoles las marcas de un tiempo que no fue”.

…/…

Los médicos le dijeron que el problema era que había comido demasiado poco —no le dijeron poco, dice; le dijeron demasiado poco— y que por eso las mellizas le salieron tan débiles, y que tenía que alimentarlas bien. Ella decía sí claro sí claro; el día que se iba se animó a preguntarles cómo iba a poder alimentarlas bien y le dijeron que tenía que amamantarlas pero que para eso tenía que comer bien, para que la leche le saliera fuerte y mucha.

—Imagínese.

Me dice; dice que me imagine. Que me imagine su zozobra, sus dudas; que ella muchas veces comía menos para que sus chicos no se quedaran sin comer, pero que ahora le decían que si ella comía menos las mellizas se iban a enfermar y que entonces qué hacía.

—Si no como, mi leche no sirve. Pero si como, mis hijos no comen. Así que si como para tener leche buena estoy salvando a los más chiquitos y dejando a los demás. ¿Y para qué? ¿Para que cuando los chiquitos sean más grandes les pase lo mismo?

—¿Qué hizo?

—No sé, no sabía qué hacer, a veces comía, a veces no. Para lo que sirvió…

Dice, y mira al suelo. En sus brazos, Hussina llora muy bajito.

—A veces odio tener hijos

Dice, y yo dudo en preguntarle más; me da pudor, vergüenza. Pero ella quiere decírmelo:

—Lo odio, porque tengo miedo de que ellos me odien a mí por hacerlos vivir vidas así”.

El dilema perverso para el que yo, blanquito, que diría Caparrós, tengo identificada no sólo la solución sino también a los culpables.

Hussena ya parió trece veces. Sus tres primeros fueron varones y crecieron bien; los cinco siguientes se murieron. Nacían muy débiles, dice, muy chiquitos: no resistían vivir. Cuando murió el tercero las viejas del pueblo le dijeron que era por los partos muy seguidos, porque se quedaba embarazada dos o tres meses después del parto y dejaba de amamantar y su bebé tenía que comer otra cosa y se enfermaba y se moría, y porque además con tanto parto Hussena estaba tan débil y tan flaca que cada bebé le salía muy chiquito, muy frágil. Hussena lo entendía, pero seguía quedando embarazada.

—¿Qué pensabas cuando tus bebés se morían uno tras otro?

—No sé, me pregunté por qué dios no quería que mis hijos vivieran, empecé a tratar de no embarazarme. Fui a ver al marabú [5]; me dio un grigrí para que no me embarazara.

Un grigrí es una cuerda que alguien se ata, generalmente a la cintura, con un trocito de piel de animal o un amuleto de piedra o arcilla, para curar una enfermedad o alejar otros males.

—¿Y eso te impidió embarazarte?

—Sí, impidió.

—¿Por qué?

—Es así. Es nuestra tradición.

Dice, y se ríe. De vez en cuando, Hussena me dedica una sonrisa dulce, leve, con esa compasión con que se mira a los que no terminan de entender las cosas fáciles”.

Quizá yo, blanquito que diría Caparrós, me haya pasado con los de los culpables, pero, al menos, la solución sí la conozco.

Hoy, en el hospital, entre docenas de madres hay un padre, un hombre —y llora. Es un señor mayor, cincuenta y tantos años —en un país donde la esperanza de vida anda por los cincuenta. Ya se le han muerto hijos, varios hijos, y ahora tiene a Ashiru, su penúltimo, internado por desnutrición. Ashiru tiene tres años; sus tres hermanos mayores se murieron más o menos a su edad.

El padre llora. Se llama Iusuf y trata, tenaz, de mantenerse digno. No se inclina para llorar, no esconde la cara entre las manos, no se restriega los ojos con los dedos; llora la cara erguida, las lágrimas cayendo por las mejillas agrietadas. Iusuf me dice que su primera mujer no se quedaba embarazada; la segunda sí se embaraza pero hace hijos que no duran. O quizá sea él. No lo dice pero sospecho que lo piensa —y no me animo a preguntárselo.

—Yo pensaba que lo iba a mandar a la escuela para que estudie, que consiga un buen trabajo, que complete mi sueño. Yo no puedo ser nada, pero él quizá sí pueda.

Iusuf tiene la camisa blanca manchada por los días que ya lleva acá, los pies cuarteados por los años, las lágrimas que siguen cayendo lentas, silenciosas.

—No puede, no va a poder.

Iusuf llora por su hijo pero también llora por él: qué voy a hacer, pregunta, qué voy a hacer cuando sea viejo, qué voy a hacer tan solo.

Creo que ahora, a este blanquito que diría Caparrós, se le haría un nudo en el estómago si volviese a leer el chiste que abre esta entrada.


Efemérides

Para hoy, 6 de mayo, cuando escribo esta entrada, la hoja del calendario del agua, el saneamiento y la higiene (puedes acceder a él desde la entrada “Pensando en agua, saneamiento e higiene, ¿sabías que…?” o bien directamente pinchando aquí te dice que “Actualmente, el estrés por la escasez de agua afecta a más de dos mil millones de personas en todo el mundo

En esa línea, te anima a poner en marcha medidas para reutilizar el agua y, por tanto, reducir tu consumo. Te invita extraer ideas para ello  del post “Cuando la reutilización no es una alternativa, sino un modo de vida”.


NOTAS PERFECTAMENTE PRESCINDIBLES

[1] La razón de ser de esa entrevista era precisamente la de estar manteniendo este blog. Si alguien tiene curiosidad, puede acceder a ella en http://www.iagua.es/blogs/jorge-castaneda-pastor/secundario-lujo-caso-acuamed-conversa-azul-y-marron.

[2] Al crecimiento por el hambre (¿o, quizá, viceversa?

[3] “El hambre” (Martín Caparrós. 2014. En España en Editorial Anagrama y en Argentina en Planeta de Libros). No conozco que exista versión libre, aunque se trata de un libro que, al peso, no es caro (en versión digital, menos de 6 € por más de 600 páginas) y que, por otra parte, está disponible en distintas bibliotecas públicas (una simple búsqueda en la red de Madrid localiza 32 ejemplares disponibles, uno de ellos, por ejemplo, en la Elena Fortún de Retiro).

[4] Madaoua en una ciudad situada en Niger, cerca de la frontera con Nigeria.

[5] Cómo dice Caparrós en otro momento, “El marabú no solo es el sabio musulmán de cada pueblo; también es, con frecuencia, el curandero —que ahora la corrección política llama médico tradicional: un personaje decisivo”.

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Una respuesta a Sólo el hambre

  1. Gracias por esta entrada. Duele y remueve.

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