Porque los mercados nos dicen… ¿Y quienes son los mercados para mandar?

Acudiendo al mercado dogon

Incluso en los mercados incipientes, como al que acudían estas mujeres (Mali, País Dogón en 1986) existe una asimetría importante entre los que disponen de silos para el almacenamiento y pueden esperar y los que deben comer todos los días

En la entrada «Porque los mercados nos dicen… Pero, ¿los mercados hablan?« nos referíamos al mercado del petróleo como ejemplo en el que este no cumple, siquiera, las reglas fundamentales de los mercados “liberales”. Que no es que los mercados manden, que son los que mandan los que utilizan a los mercados en su provecho. Pero no es un caso único.

Podemos hablar del mercado financiero, que es sin duda EL MERCADO (con mayúsculas y en negrita), al que se refieren todos los próceres cuando usan lo de  “los mercados nos dicen…»

Ya es sospechoso un mercado en el que lo que se compra y vende es el mismo dinero. El dinero, que fue inventado para facilitar el intercambio de bienes y servicios, ahora es objeto de negocio, hasta el punto que todos los otros mercados se subordinan a él. Ríase Vd de la complejidad de la filosofía

Empecemos por la bolsa.

Hace algún tiempo, cuando  era, en gran parte, el lugar donde los que podían, las clases medias, colocaban sus ahorros, que otros tomaban para financiar sus actividades productivas. Estaba subordinado a la producción de bienes y servicios; el dinero se movía poco. Era la época de las “matildes, donde muchas familias colocaban sus ahorros [1].

Hoy, desde luego ya no es así. Hoy es sólo un casino, donde lo que unos ganan lo pierden otros (es lo que llama un sistema de suma nula), por haber sido estos menos hábiles o no haber tenido información privilegiada o disponer de menos fondos… Hoy el beneficio no está en la inversión sino en el movimiento de esta inversión. El beneficio social de esta forma de proceder: ninguno.

Esto lo niegan los financieros (es obvio, viven de ello). Argumentan que, pese a algunos inconvenientes (los daños colaterales, hoy de moda, para justificar la maldad), permite financiar a las empresas y que, como consecuencia, crea (o, al menos, contribuye a crear) riqueza.

Si eso fue cierto alguna vez, desde luego hoy ya no lo es. Para que pudiera considerarse que la bolsa es fuente de financiación sería necesario, al menos, que la inversión se mantuviese un cierto tiempo y tuviese ciertas garantías de continuidad por una parte y, por otra, que la evolución de la valoración de las acciones se relacionase de alguna manera con la de las empresas. Hoy ninguna de las dos premisas se cumplen: los movimientos (especulativos, de ida y vuelta) se producen en nanosegundos y estamos hartos de ver estallidos de burbujas, incluso globales (el caso de las punto-com, por ejemplo) y más frecuentemente locales (ahí está el caso de Bankia y Rato tacando la esquila).

Y ¿a nivel global, en lo que llaman mercados financieros? Lo mismo, pero más.

Como referencia baste citar lo que dice alguien tan poco sospechoso de “progresía” como el parlamento europeo [2], que diagnostica una desconexión absoluta entre el mercado financiero y las necesidades de la economía real, hasta el punto de equivaler el volumen de las transacciones financieras a 75 veces el Producto Interior Bruto (PIB) mundial (o a 60 veces el valor del comercio internacional no financiero), Cada menos de una semana cambia de manos el valor total de la economía mundial.

También señala que las estrategias a corto plazo, la especulación y la negociación automatizada han sido factores importantes para agravar la crisis de deuda soberana en la zona del euro en 2009 y 2010.

La misma Asamblea Popular de Retiro ya publicó hace más de tres años un análisis de cómo el mercado financiero había llegado a ser una estafa colosal a la que los que mandan en los mercados habían sometido al resto de los mortales. Son tres fasciculillos titulados genéricamente “Textos explicativos de la crisis” y que te animamos a leer: “No es una crisis, es una estafa”, “Dinero nuevecito, pero de especulación” y “La burbuja explota, y nos quieren culpar”.

Otro caso, el mercado de alimentos, que es un ejemplo claro de disimetría en la “libertad” del mercado. Los productores (o los grandes distribuidores, que no producen pero mandan) pueden decidir si producir o no, si van al mercado o no, si almacenan los alimentos hasta que los precios suban. Por el contrario, los compradores difícilmente pueden decidir no comer, o aguantar el hambre hasta que los precios bajen.

Observando este mercado también se pone de manifiesto claramente la falsedad del razonamiento ideológico que sustenta al mercado: es bueno buscar crecimiento porque, si conseguimos disponer de más pastel para repartir, habrá más para todos y los pobres seguirán siéndolo en términos relativos pero no pasarán hambre y sed. Hoy es evidente que la desigualdad está creciendo y que lo que ha conseguido el mercado es producir más de lo necesario para evitar el hambre (este tema se trata en la entrada «Al crecimiento por el hambre ¿o, quizá, viceversa?«) y que, sin embargo, el hambre persista, aunque ya no es fruto de la naturaleza sino ahora es consecuencia de nuestra propia organización humana [3]. Y esto sin hablar de la competencia que han introducido en el mercado alimentario la demanda de biocombustibles y de la concentración de distribuidores o de cómo la volatilidad se usa para mantener artificialmente los precios [4].

El mercado de los medicamentos lo tratamos indirectamente en la entrada «Yo soy antohospitalario. Un paréntesis dedicado a los afectados por la hepatitis C«, en la que poníamos de relieve cómo una industria era capaz de fijar el precio de venta de sus productos por su sola voluntad y al margen de cualquier consideración. Puede decirse que el mercado, en este caso, ni siquiera existe.

También hablamos en otra entrada («El agua en Arabia. Una historia leve«) del mercado de la tierra y el agua, quedando claro como la ley del mercado es utilizada, pura y simplemente, para expoliar a los que menos tienen, incluso en su propio país y por manos extranjeras. El mercado es una herramienta esencial del colonialismo de hoy.

También podríamos hablar del mercado del trabajo y de cómo necesita inexorablemente de la existencia de un ejército de parados.

Pues no. Hay muchas cosas, muchos bienes, que son demasiado importantes como para dejarlas en manos del mercado y menos hoy, en un mundo globalizado. ¿Alguien piensa que puede ser el mercado el que debe decidir cuántos alimentos deben producirse? ¿O si la producción agrícola debe ir hacia el biodiesel o hacia los alimentos? Mientras no haya alimentos accesibles para todos no cabe ni siquiera la duda (y el mercado, a callar). Y lo mismo puede decirse de la energía para cocinar o calentarse (o comunicarse vía internet), de la enseñanza y de la sanidad, del agua… Casi nada. Quizá el mercado de chuches tenga sentido…

Esto aplica a muchas cosas, quizá a todas las que importan globalmente. Supongamos que tenemos un problema con las emisiones de CO2 (gas de efecto invernadero y contribuidor importante al calentamiento global) y supongamos que hay un sistema que permite reducir las emisiones en los vehículos, pero cuya implantación tiene un cierto coste (por muchas unidades que se produzcan, no nulo). Llevado al mercado este artilugio, no se vendería ninguna unidad porque a mí, individualmente, no me produce beneficios suficientes para lo que cuesta; a mí me interesa que todos los demás, los otros, instalen el sistema, que así se reduzcan las emisiones pero que yo me libre y no pague nada por ello. Si se quiere que se instale con generalidad, debe establecerse la obligación mediante un pacto, mediante una norma, Supongamos que se obliga normativamente; entonces la demanda está fijada (y la oferta también). El precio de venta: el máximo imaginable, el que corresponde al peor productor, ya que hay que convencer a alguien para que produzca el último de los aparatos necesarios (marginalmente, esto recuerda mucho al mercado eléctrico español).

Le quedaría al mercado la decisión de qué parte de pastel corresponde a cada uno de los productores del artilugio. Cómo se asigna el pastel entre ellos es conceptualmente sencillo si se parte del principio de que los costes de producción son decrecientes al aumentar la cantidad producida, pero los gobiernos están a “lo que los mercados digan”. El mercado ha dejado de existir y el precio se determinará mediante cambalaches, en los que los más cercanos al poder tienen todas las de ganar. (Quizá esto tenga que ver con el no enfrentar el cambio climático).

Dicen que el mercado fija los precios, pero lo importante no tiene precio (o no debiera tenerlo). Y es que la economía, cuando se sitúa en el centro, da miedo.

NOTAS PERFECTAMENTE PRESCINDIBLES

[1] En tiempos, se llamaban “matildes” (nombre derivado de un anuncio mítico protagonizado por José Luis López Vázquez) a las acciones de Telefónica, cuando era la única empresa que operaba las telecomunicaciones en España. Era un inversión segura a largo plazo que permitía un ahorro algo productivo

[2] Informe de 10 de febrero de 2011 sobre una financiación innovadora a escala mundial y europea.

[3] A esto se refiere A. Pastor en “La ciencia humilde”. Noema 2007

[4] Puede profundizarse un poco en el tema de la volatilidad en  este texto de la FAO

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